viernes, 15 de abril de 2011

de lo psíquico a lo físico

A lo largo de los dos primeros años de vida usted aprendió a mantenerse de pie, y a andar. ¿En ese tiempo logró perfeccionar estas capacidades? La respuesta es no. Usted cree que sí, y como ejemplo de que sí usted puede poner el hecho de que sabe saltar, sabe correr, juega al fútbol y baila samba. Pero estas aptitudes no demuestran que haya desarrollado todo el potencial que su sistema locomotor permite. Como ejemplo yo puedo poner que no es capaz de mantenerse erguido por demasiado tiempo sin padecer dolor. ¿Y por qué, me preguntará usted, se dio este desarrollo insuficiente? Porque el niño que usted era no había desarrollado suficientemente la conciencia corporal necesaria para el desarrollo completo del sistema locomotor. Porque, para este desarrollo completo, lo que hace falta es conciencia. No fuerza. No velocidad. Ni siquiera coordinación. Conciencia. Y un niño de dos años no tiene las facultades psicológicas necesarias para desarrollar esta conciencia.
Como consecuencia, su aparato locomotor se desarrolló insuficientemente, o, mejor dicho, se desarrolló hasta niveles no óptimos de funcionalidad. La consecuencia anatómica de esta circunstancia es el acortamiento de las fascias, que, a su vez, habrá tenido consecuencias sobre el desarrollo de las estructuras corporales. Por eso, cuando se quiere adquirir el completo desempeño del aparato locomotor, hay que luchar contra el acortamiento de las fascias del tronco. No queda más remedio. No hay otra solución. Sólo si las fascias alcanzan un grado óptimo de elongación y flexibilidad se podrá alcanzar la estática correcta. A medida que las fascias están cada vez más elongadas, más fácil es acceder a la postura erguida, y mantenerla.
El otro problema con que nos encontramos cuando, ya de adultos, queremos desarrollar las capacidades del aparato locomotor que permiten mantener la estática, es la falta de conciencia de que nuestra postura no es la correcta para este menester, o, mejor dicho, la falta de conciencia sobre la asociación que se establece entre mi concepto de yo y mi postura. Dicho de otra manera, ¿si usted se viera mañana por la mañana al espejo y fuese el mismo que es ahora, pero con otra postura diferente a la actual... identificaría la imagen como a usted mismo? Puedes ser, pero le costaría. Haga la prueba. Salga mañana de su casa con una postura diferente a la habitual. Camine por su barrio, por su escuela, por su trabajo con una postura diferente a la habitual. Si es usted tímido, retraído, reservado, salga de casa con el pecho abierto y los hombros hacia atrás. Hable con sus conocidos sin variar esta postura nueva... Le costará. Y fíjese lo que digo, le costará más a usted que a ellos. Es posible que ellos no adviertan estos cambios (si son sutiles), mientras que usted tenderá, al mínimo despiste de su conciencia, a deshacer los cambios para refugiarse en su postura habitual y acogedora. La misma postura que le causa dolores, la misma postura que lo avoca a una degeneración inevitable de su cuerpo, pero su postura al fin y al cabo... Porque, y esto es lo increíble, la mayor dificultad para alcanzar una postura equilibrada no está ni en las fascias acortadas, ni en la escasa fuerza de la musculatura, ni en los bloqueos articulares... la mayor dificultad reside en la asociación inconsciente entre el concepto de yo, es decir, mi imagen psíquica de mí mismo, y mi postura, es decir, mi imagen física de mí mismo.
Por eso decimos que el movimiento interno es un método que procede de las teorías psicoanalíticas de Freud y de Jung. Existe una imagen de uno mismo a la que llamamos ego, que da lugar a una serie de ventajas y de inconvenientes. A medida que envejecemos, este ego se hace más fuerte, la personalidad del individuo se radicaliza, y las ventajas e inconvenientes se vuelven más acusados. “Yo soy así” se suele decir, y no voy a cambiar ahora. Esto nos conduce a experiencias dolorosas, a sufrimiento psicológico, por no aceptar las situaciones de la vida tal y como son. Si no tuviéramos esta imagen, este ego tan poderoso, podríamos acceder a soluciones mejores para los lances de la vida, pero nuestra imagen, nuestro ego, limita mucho este abanico de soluciones, selecciona entre éstas aquellas que puedan mantener la imagen misma, aún a costa de que se pierdan las mejores soluciones para la circunstancia concreta dela vida a la que nos enfrentamos. Después llega el resentimiento. Después llega el creerse que uno es mejor porque se ha vetado a sí mismo las soluciones que para aquella circunstancia eran las idóneas, sólo porque no encajaban con la propia imagen, con el propio ego. Después llega la fobia a los otros, cuyas imágenes sí les han permitido acceder a las mejores soluciones... Igual ocurre con la postura. Usted se identifica con su postura, y no se da cuenta. “Imposible”, dirá usted, “yo no quiero tener esta panza”. Sí quiere. Si no quisiera, haría algo para no tenerla. Le gustaría que desapareciera tal vez, pero no hace nada. “No es cierto” dirán algunos “yo hago deporte, juego al tenis, hago natación... “

Le contestaré con un ejemplo muy clarificador. Un día, a un hombre, amante del deporte y de la vida sana, al que yo conocía muy bien y al que durante toda la vida le habían mortificado insidiosos dolores lumbares, le comenté mis investigaciones sobre la postura, haciéndole ver que por fin había llegado a conclusiones que permitían un nivel operativo de ejecución, es decir, que ya tenía ejercicios para aplicar a casos concretos. Lo invité a participar. Él rehusó. ¿Por qué? Pregunté yo. Me dio una serie de excusas banales, entre las que se encontraba la de que estos ejercicios serían muy aburridos. “Usted no quiere curarse” le espeté. Él se mostró muy sorprendido. ¿Cómo no iba a querer curarse? Es obvio, le dije, yo le estoy ofreciendo una solución y usted la rechaza. ¿Qué hay detrás de este rechazo? El hombre sonrió, y no se volvió a hablar del tema. ¿Qué hay detrás de este rechazo? Su imagen. Su ego, esto es lo que hay. Él no se ve a sí mismo haciendo este tipo de prácticas. No se reconoce realizando este acto, y no lo hará hasta que los dolores sean tan nefastos que no le dejen otra alternativa. Si llega ese momento, este hombre se contemplará a sí mismo haciendo este tipo de ejercicios y sentirá vergüenza. Nada le parecerá acertado, buscará todo lo negativo, se burlará íntimamente, justificará su desagrado... sólo el dolor conseguirá abrir su imagen de sí mismo.

¿Hace usted el deporte adecuado para evitar esta panza? ¿Hace abdominales, va al gimnasio, levanta pesas... ? ¿Hace el suficiente deporte? Si lo hiciera no tendría esa panza. “No tengo tiempo” Esta es otra excusa. No hace falta tanto tiempo. Es su imagen psicológica de ser un hombre ocupado la que genera una imagen física concreta. ¿Ve la relación?
Para terminar, sólo quisiera pulir un poco más este concepto. Existe un contenido en nuestro tronco de carácter fluido. Al inspirar, la presión de este contenido aumenta, por la entrada de más fluido, que es el aire que inspiramos. ¿A dónde se dirige este aumento de presión? El continente, es decir, la cáscara del tronco, ha de abrir espacios para este aumento de fluido dentro del tronco secundario a la inspiración. Bien, pues hay aquí otro punto que debe ser destacado. No todas las personas abren el tronco de la misma manera. ¿Por qué? Porque la forma de abrir el tronco depende de la imagen psíquica de uno mismo. Por eso a esta forma particular e individual de abrir el tronco la llamamos imagen personal. Si es usted una persona tímida, el aumento de presión en la inspiración se gestionará posiblemente con una apertura de la pared abdominal anterior, más que con una apertura de la pared anterior del tórax. ¿Ve lo que quiero decir? Su imagen psicológica tiene una correspondencia con su imagen física. Y ahora, ¿Según qué elementos se generan las correspondencias entre la imagen psíquica y la imagen física? Para esta pregunta no tenemos respuesta. Sería nuestro objetivo encontrar el medio para realizar nuevas investigaciones. Lo único que podemos adelantar por ahora, es que estas correspondencias se producen en función de elementos simbólicos, como por ejemplo en el caso antes mencionado en el cual el símbolo es el pecho. Abrir el pecho siempre ha sido representación de gusto por las relaciones, y es este símbolo el que actúa de forma inconsciente para que un individuo decida (inconscientemente claro) abrir, para albergar la entrada de fluido en la inspiración, los espacios del tronco o del abdomen. Como esta, existen muchas más relaciones simbólicas de lo físico, que actúan silenciosamente y que van labrando un cuerpo físico en la forma y el acortamiento de las fascias. ¿Comprende?

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